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SEGUROS Y CAPACES PARA APRENDER

    Seguros y capaces para aprender

 

 

La idea de que los niños pueden y deben aprender solos, a base de fuerza de voluntad y como demostración de “bondad”, “inteligencia” o “respeto” a sus educadores, está mucho más extendida de lo que imaginamos. No tenemos más que mirar cómo está organizado el sistema educativo, comparando, evaluando y clasificando, y a quién y a qué se suele atribuir los éxitos o fracasos de un bajo rendimiento: al niño o niña que no se esfuerza o que no es suficientemente inteligente o competente. De hecho, esta creencia es la que alimenta los disgustos familiares y los castigos a los hijos por “no cumplir con su obligación” y, como consecuencia, los sentimientos de miedo, vergüenza y culpa que sufren los niños cuando se exponen a fallos o a suspensos.

Si bien es cierto que los niños y niñas son capaces de explorar la realidad y aprender de ella experimentando en solitario, cualquier posibilidad de exploración y construcción de conocimiento depende de la relación con los otros. Es la expectativa de que pueden contar con los demás para apoyarse, compartir y dar sentido a lo que piensan o sienten, la estructura sobre la cual se asienta todo conocimiento y la base de la motivación por aprender.

De hecho, una de las razones principales por las que el trabajo cooperativo y la ayuda entre compañeros han demostrado resultados superiores, frente a otras formas de aprender, se debe, precisamente, al hecho de que todos necesitamos contar con la compañía de otros para construir nuestro conocimiento o, dicho de otro modo, necesitamos sentirnos seguros y capaces para aprender.

Sin embargo, cuesta reconocer esa dependencia o cualquier formulación del conocimiento en términos comunitarios. Pero es bueno recordar que el ser humano nace completamente vulnerable y dependiente de la relación y protección de otro ser más capacitado que pueda proporcionar satisfacción a sus necesidades básicas: alimento, protección, afecto y andamiaje social para ir explorando, comprendiendo, conociendo y decidiendo con autonomía. Pero esta dependencia, lejos de ser un hándicap, representa el gran potencial (y conflicto) del ser humano en comparación a otras especies animales. Esa dependencia es la que permite que nuestro cerebro se desarrolle a lo largo de toda la vida, pero de una forma muy especial durante la infancia y la juventud, en función de las características culturales del entorno en el que tendrá que vivir. El cerebro de los niños y jóvenes se va cableando para adaptarse al medio social en el que viven, en función de cómo les respondemos, en concreto, en función de cómo satisfacemos sus necesidades básicas. Por este motivo, decimos que el cerebro humano es “plástico”, en el sentido de que se va modificando estructural y funcionalmente dependiendo de la calidad de las relaciones sociales que establecemos.

 

 

La clave para aprender

Gracias a las investigaciones de Harlow, Bowlby y Ainsworth, sabemos que los niños, desde muy pequeños, cuando se exponen a una situación nueva, compleja o difícil, se encuentran en una situación de vulnerabilidad emocional y acuden en busca de apoyo, afecto y comprensión. En tanto en cuanto las figuras de apego de las que dependen son capaces de calmar su angustia ante lo desconocido y novedoso, los niños son capaces de exponerse a los estímulos desconocidos, explorarlos y familiarizarse con ellos. Es, por tanto, la modulación de las emociones que proporciona el entorno social, la que posibilita que el niño desarrolle sus conocimientos.

El sentimiento que va surgiendo en la medida que se van satisfaciendo la necesidad de afecto y apoyo, a través de las relaciones con otros, se denomina: sentimiento de seguridad o confianza. Este es el sentimiento que nos permite aventurarnos y colocarnos en disposición de aprender cosas nuevas. Sólo desde esta posición de seguridad, vamos actuando cada vez con más autonomía, en la medida que construimos conocimientos y desarrollamos habilidades sabiéndonos protegidos y merecedores de afecto. Y es desde esta posición de seguridad cuando es posible marcarnos retos y ejercer control sobre nuestros procesos de aprendizaje y resultados, sintiéndonos agente de los cambios. Cuando esto último ocurre emergerá otro sentimiento al que podemos denominar: Sentimiento de capacidad o autoeficacia.

 

Ambos sentimientos son como las dos caras de una misma moneda y podrían considerarse sentimientos clave para aprender, ya que cuando sabemos que podemos compartir nuestras experiencias y contar con el apoyo y aceptación de otros, sentimos la seguridad para abrirnos a nuevas experiencias y aprendizajes, para actuar y explorar con autonomía, y ello nos lleva a ejercitarnos y a percibir control, capacidad o dominio. Cuando emergen estos dos sentimientos en la escuela, la motivación y el deseo de aprender están asegurados.

 

Un alumno se siente seguro para aprender cuando:

 

  • sabe que contará con el apoyo de otros y que podrá, sin sentirse avergonzado, culpable o temeroso, acudir a sus compañeros o profesor para resolver dudas o compartir sus ideas e inquietudes;
  • se siente libre de expresar sus sentimientos e ideas sobre lo que aprende y sobre sus relaciones con sus profesores y compañeros, porque sabe que recibirá empatía, respeto y orientación;
  • el apoyo que recibe no le hace sentirse inferior, no anula su sentimiento de capacidad, por el contrario, le potencia, haciéndole sentir con más control y dominio, orgulloso y agradecido por pertenecer a una comunidad.

Cómo lograr un clima óptimo y positivo

Lograr que nuestros alumnos se sientan seguros y capaces depende básicamente de saber establecer una comunicación emocional empática con ellos, como estructura básica sobre la cual se asentarán los intercambios de conocimientos.

En general, al plantearnos cualquier actividad de enseñanza y aprendizaje debemos crear las condiciones que favorezcan la apertura y disposición a aprender. Para ello, debemos como educadores:

  • Mostrarnos afectuosos, disponibles y motivados a escuchar y a apoyar, con la actitud de un colaborador que también aprende (no desde la posición de un juez).
  • Favorecer la expresión de sentimientos sobre la tarea y su abordaje, respondiendo con aceptación y empatía.
  • Proponer retos ajustados a la capacidad (conocimientos, habilidades y estado emocional).
  • Estimular y facilitar la autonomía, sirviendo de andamiaje durante todo el proceso de aprendizaje.
  • Prestar más atención a los procesos que a los resultados.
  • Reconocer y dar por sentado el derecho a cometer “errores”, concibiendo el error o la dificultad como un elemento indispensable para el análisis, la perseverancia y el progreso; lo que implica expresar curiosidad, no preocupación o disgusto, cada vez que ello suceda.
  • Fomentar el trabajo cooperativo, la ayuda entre pares y el cuidado recíproco.
  • Compartir la alegría de progresar juntos en el conocimiento.
  • Confiar en cada niño o niña.

Sentiemiento de cooperacion

Aprendemos juntos. No se trata sólo de un eslogan bonito. Los niños deben saberlo. Deben saber que no están solos, que aprender es un proceso de colaboración. Si no saben, no entienden, o no desean conocer, no se debe a un defecto propio, se debe a su necesidad y derecho a sentirse seguros y capaces gracias a la ayuda de otros.

El conocimiento está abierto y nos necesitamos para seguir construyéndolo. La actitud y forma de responder de un docente, cuando propone una tarea nueva a sus alumnos o cuando sus alumnos le expresan dificultades, es tan importante que afectará no sólo a la motivación y capacitación de cada niño o niña, sino también a la construcción del clima emocional en el aula, como veremos en nuestro próximo artículo en este mismo blog.

 

 

 

         Sobre el autor

CARMEN LOUREIRO, Madre de 2 hijos, Doctoranda en Psicología, Psicóloga investigador, experta en Comunicación y Educación Emocional y Social.